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Mi último artículo en Tercer Mundo:
Ya Jhonny Glens Márquez había anunciado en esta revista “la revolución de Mimalapalabra Editores”, o lo que es lo mismo: la forma que hemos encontrado en esta modesta editorial para sortear las dificultades inherentes a la publicación de libros en un país como Honduras. También Samaí Torres lo había informado en El Heraldo. Y hoy vengo yo con algo más de contexto sobre el asunto.
El nuestro es un país al que no hemos visto nunca en otro sitio que no sea la deshonrosa parte baja del ranking de más lectores en América Latina, un país que tiene como prioridades siempre cualquier cosa distinta a la cultura y a la educación, que pasa de una crisis social a otra con la misma frecuencia con que, en otros países, pasan de un avance a otro.
Mimalapalabra inició su andadura en aquel lejano 2009, el año del golpe de Estado, la segunda de nuestras tragedias nacionales contemporáneas después del huracán Mitch en 1998 (la tercera es el Partido Nacional, por supuesto), y desde entonces ha publicado, con la iniciativa (y el dinero) particular de cada autor involucrado, veintiún libros entre poesía, ensayo y narrativa. Existió siempre la editorial como algo apenas funcional, como un recurso de emergencia ante la escasez de oportunidades de publicación en el país. Así fue como nació en 2009: yo quería publicar una novelita y, como no había quién me ayudara con eso, me inventé una editorial.
Cuando empezó el confinamiento, producto de la pandemia del Covid-19, reducidas al mínimo esas horas que uno emplea normalmente para trasladarse de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, me encontré con más tiempo disponible para la exploración de algunas ideas en torno a la editorial. Pensé: es inviable para cualquier autor en Honduras pagar una buena cantidad de dinero por la impresión de un libro que, probablemente, tardará años en vender (o regalar). Las imprentas hondureñas suelen hacer tirajes de no menos de 500 ejemplares, lo que resulta una inversión (un gasto) considerable para cualquier autor. Pensé también: sólo los autores primerizos (como lo fui yo alguna vez) están dispuestos a reunir el dinero necesario para una empresa tan arriesgada. Cumplido el sueño de ver su primer libro publicado, al costo que sea, y de confirmar cómo esos ejemplares convocan a las cucarachas en unas cajas durante años, al autor primerizo empieza a “caerle el veinte”. Ahí es cuando comienza a “madurar”, entiende que quizá lo suyo es otra cosa o quizá reafirma su vocación diciendo que no le importa su fracaso como vendedor de libros, mientras no acabe fracasando como escritor. La mayoría, sin embargo, no ve diferencia entre una cosa y otra.
Pues bien, harto de esas imprentas que no siempre cumplen con lo prometido y la mayoría de las veces nos quedan a deber, sobre todo en lo que respecta a la calidad de los materiales y de la impresión, pero también en la cantidad de los ejemplares pactados y en los plazos de entrega, pensé: si estos cabrones creen que pueden hacer negocio a costa nuestra, les voy a demostrar que no los necesito. Yo ya había inventado una editorial alguna vez; ¿qué me impedía ahora reinventarla? Así que, con la ayuda de unos cuantos amigos, reinventé Mimalapalabra sirviéndome de los recursos de la plataforma de Amazon.
Les ahorraré los aburridos detalles relativos al proceso entre el inicio de la edición de un libro y el momento en que nos llega a Honduras, después de su impresión en los Estados Unidos; es un proceso largo, que juega con nuestro entusiasmo y con nuestra impaciencia, pero que resulta infalible. Baste decir que nuestros libros se venden en Librería Metronova de San Pedro Sula y que los publicitamos en nuestro blog y en nuestras redes sociales, para hacer envíos a todo el territorio nacional.
Llevamos con esta nueva etapa desde septiembre de 2020, cuando todavía estábamos confinados; pasaron Eta y Iota y nuestros libros no dejaron de venderse. Estamos en marzo y acaba de llegarnos un tercer tiraje con todos nuestros libros, el más grande desde que empezáramos, y mientras tanto, seguimos editando y preparando los nuevos tirajes. Los más recientes son la antología Doce cuentos negros y violentos, el número 12 de la colección Narrativa, que lanzamos en diciembre y que ha estado disponible, como todos los demás, en Amazon, pero desde este fin de semana también en físico en Honduras; y otros tres para ampliar la colección Convergencias: Escribir o tropezar, de Raúl López Lemus; Resquicios, de Hernán Antonio Bermúdez; y Mentir la vida, del costarricense Álvaro Rojas Salazar, que vendrán a Honduras durante los próximos meses.
Como ven, Mimalapalabra ya no es la editorial de uno o dos libritos que aparecían y desaparecían del panorama literario nacional del mismo modo que sus autores; tenemos en circulación ahora mismo ocho libros en Honduras y otros tres que están por llegar, y podemos garantizar la existencia permanente de estos libros.
Este año tenemos previsto reeditar los dos libros de cuentos de Raúl López Lemus: Entonces, el fuego y Perro adentro, publicados en 2012 y 2015, respectivamente; la antología El relato fantástico en Honduras, de Mario Gallardo, que lleva dos ediciones en otras dos editoriales; y en junio publicaremos dos o tres novelas negras de igual número de autores hondureños. Y en estos próximos meses, también, empezaremos a publicar los libros de Roberto Castillo, tanto los que ya se conocen, que dejaron de circular hace mucho tiempo en Honduras, como los inéditos, que nos tienen ahora bastante entretenidos, convertidos de pronto en arqueólogos literarios.
Alguien quiso saber por qué lo hacemos. ¿Qué por qué hacemos qué cosa?, pregunté. Se refería a esto de “echarnos el trompo a la uña”, a esto de editar y publicar libros en un país como Honduras. Porque algo hay que hacer para animar la fiesta, respondí, porque, aunque sepamos que perderemos la guerra, hay que dar la batalla siempre, le dije también, recordando a Bolaño. Porque no puede haber fiesta sin libros, pues.
Así que la fiesta recomenzó, para nosotros, en septiembre de 2020 y se ha mantenido hasta ahora con todo el entusiasmo necesario. Poco a poco ampliamos nuestras posibilidades, nuestras expectativas y nuestros alcances. Estamos ya, incluso, en condiciones de ofrecer a los autores la posibilidad de publicar sus libros sin que inviertan dinero en ello y sin que tengan que pensar en cosa distinta a lo único que deberían dedicar su esfuerzo: a escribir buenos libros; porque el resto lo hacemos nosotros. Tratamos de dignificar ese esfuerzo de los escritores, para que no tengan que pasar, después de escrito su libro, por el penoso proceso de invertir dinero para su impresión (sin la necesaria edición), tramitar un (casi imposible) ISBN, sentarse con un diseñador gráfico durante días o semanas, recibir por fin las cajas con esos libros impresos, cargarlos luego para llevarlos a las librerías con la esperanza de que ahí se los acepten en consignación, y por último, esperar meses o años que se vendan algunos ejemplares y se los paguen (si es que tienen al día sus facturas del SAR), mientras por cuenta propia se prostituyen en colegios y universidades para que unos amables profesores “los apoyen” vendiéndoselos a sus alumnos.
Creemos que nada de eso es necesario ahora. Creemos que los autores merecen respeto. Creemos que, por escasa que sea la incidencia de un arte como el literario en un país como Honduras, quienes nos dedicamos a esto podemos hacerlo con dignidad. ¿Qué les impide a nuestros libros y a nuestros autores hondureños nutrir los estantes de las librerías nacionales, como lo hacen los libros extranjeros, y llegar a las manos de los lectores? En Mimalapalabra nos preocupamos por publicar libros con calidad literaria, pero también nos interesa que esos libros “no se sientan menos” que los de las editoriales extranjeras, por lo que, además de escoger con cuidado a nuestros autores, nos aseguramos de hacer el necesario trabajo de la edición y de garantizar la calidad de la impresión.
¿Hasta dónde hemos de llegar? ¿Hasta cuándo ha de continuar la fiesta? No se nos ocurre ver hacia atrás sino para reírnos un poco de nosotros mismos, de lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos, como dijo Cortázar. Porque todo apunta hacia delante.
Nos divierte ser el alma de nuestra fiesta, pero ojalá se sumen otros autores, otros libros, otras editoriales y contribuyamos todos a la disonancia en este paisaje monótono llamado Honduras.