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Portada de la revista «Siempre», publicación dominical de El Heraldo.
Samaí Torres me entrevistó para El Heraldo con motivo de la publicación de Los días y los muertos. «En su nueva novela Giovanni Rodríguez explora el tema de la violencia en Honduras desde la tragedia de un escritor y la mirada personal de un periodista», dice, y continúa:
«Un papelote surcando el cielo mientras la sangre surca la tierra. Una visión de inocencia y muerte conjugadas en un mismo territorio: Honduras, y que se establece como el punto de partida de Los días y los muertos, la novela de Giovanni Rodríguez ganadora de la primera edición del Premio Centroamericano y del Caribe de Novela Roberto Castillo, organizado por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). Si en la realidad el papelote volaba mientras abajo, en un campo de fútbol, yacían siete personas muertas, en la novela el papelote volaba mientras abajo, en el área de juegos de un restaurante, yacían niños y adultos muertos producto de lo mismo: una masacre. En su obra el escritor aborda la vida de dos personajes, uno de ellos decide renunciar a esta sociedad, el otro decide luchar, quedarse, seguir adelante y replantearse sus posibilidades en un panorama sombrío; este último bien podría ser el hondureño común que se enfrenta a esta sociedad con una esperanza que lucha por interponerse a la desesperanza».
¿Cómo concibió la trama de esta novela?
Cuando me lo preguntan suelo decir que, quizá, todo parte de una imagen, y es la de un niño elevando un papelote el día que asesinaron a 14 hombres en un campo de fútbol en la colonia Felipe Zelaya en San Pedro Sula; en esos días estaba trabajando como periodista de la crónica policial en diario Tiempo, y recuerdo perfectamente que en el campo quedaban siete cadáveres, los otros fueron trasladados heridos a los hospitales, donde murieron. Me pareció bastante sorprendente el contraste entre un niño elevando un papelote en el campo de fútbol y a pocos metros los cuerpos tirados y rodeados por la cinta amarilla, me quedé pensando en el asunto de cómo pueden convivir la inocencia con la violencia en un espacio tan reducido.
¿Ha considerado que quizá la gente puede decir que esta historia es más de lo mismo que ya vivimos?
A pesar de que el personaje principal es un periodista, a pesar de que la trama gira en torno al periodismo, mi objetivo no era ofrecer un punto de vista periodístico del tema, porque eso ya lo conocemos, lo vemos todos los días en el periódico y la televisión. Pero la literatura no debe enfocarse solamente en contar historias o en un tema específico, debe crear personajes que sean suficientemente cercanos a los lectores para que puedan identificarse con ellos. Mi intención ha sido crear personajes que tengan una dimensión humana con la que cualquiera pueda identificarse. El asunto es que se pueda observar el tema de la violencia ya no como nos asomamos a las portadas de los periódicos, sino como nos asomamos, probablemente, al alma del ser humano que está involucrado en el asunto.
¿Cuál es el riesgo de hablar de un tema tan común como la violencia sin que suene trillado?
Yo me hice esa pregunta: ¿en qué momento esto va a diferenciarse de lo que ya todo el mundo consume a diario? Eso para mí fue un reto mucho mayor, dotar a los personajes de ciertas características que pudieran establecer esa comunión con el lector, para que se interesara en leerlos, porque la perspectiva es distinta, es más humana, y con el tratamiento literario se aleja de lo meramente periodístico y se convierte en algo más expresivo. Lo que quise es que fuera una expresión de la condición humana del hondureño común que vive en medio de toda esta violencia.
La entrevista completa puede leerse con un clic aquí —-> Entrevista en El Heraldo.