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Giovanni Rodríguez

~ Escritor. Honduras, C.A.

Giovanni Rodríguez

Archivos de etiqueta: OAcosta

Muchos años después de la fotografía de Eduardo Bähr

26 jueves Jul 2018

Posted by Giovanni Rodríguez in Lo demás es ficción

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AMGalindo, EBähr, JEscoto, MCarías, OAcosta, RCastillo

Mi artículo de julio en Literofilia:

I

Empecé a leer el cuento y a medida que avanzaba en la lectura, ésta generaba en mí una sensación extraña. La sensación consistía en recordarme a mí mismo leyendo ese cuento por primera vez hacía unos cinco años, a principios de 2010, en un café de Barcelona en donde había decidido esperar las dos horas que faltaban para asistir a una última entrevista de trabajo después de un proceso que llevaba ya varios meses y que me garantizaría únicamente la comprobación de que yo, un extranjero en un grupo de seis aspirantes al puesto, no iba a ser el elegido. La sensación era extraña pues no había razones para creer que, efectivamente, yo había leído ese cuento, y mucho menos en ese café de Barcelona una mañana de marzo de 2010.

Al autor del cuento, Eduardo Bähr, lo había conocido en 2007, meses antes de viajar a España, pero a sus cuentos no los conocí sino hasta ese momento de 2015 en que -suponía a pesar de la sensación extraña- tuve un libro suyo por primera vez en mis manos. Conocer al escritor no debía ser tan importante como conocer su obra, pero por aquellos días yo, probablemente, sintiera o pensara que una cosa era equivalente a la otra y me congratulé por estrecharle la mano al escritor de la misma manera en que ahora me felicito por lo que leo. Me recibió en su oficina de la Biblioteca Nacional, en donde él fungía como director, y no recuerdo muy bien de qué hablamos, quizá de mi libro de poemas que la extinta Secretaría de Cultura acababa de publicarme por haber ganado con él un premio en Guatemala, o quizá de “ese grupo de escritores jóvenes sampedranos”, como solía aludirse a la cofradía que habíamos formado por aquellos tiempos y que sólo se mantenía unida en función de dos o tres razones para acabar con todo y de las cervezas.

Al terminar de leer el cuento, que, por cierto, era muy breve, la sensación se hizo más fuerte. Ya había yo esbozado esa misma leve sonrisa tras la lectura y ya había imaginado al tipo de la cámara en el cuento con su carcajada luego de interpretar el gesto de los futuros fotografiados como uno que invitaba a aplazar para mañana lo que en ese momento se disponían a hacer. Era una sensación que por firme parecía el despegue definitivo hacia una certeza.

El asunto es que yo creía firmemente haber leído el cuento una vez en un café de Barcelona. Así que investigué un poco. El cuento, titulado “El fotógrafo reía”, integró originalmente el volumen Fotografía del peñasco, publicado en 1969, luego apareció en una antología de cuentos breves en 2006 y en un sitio web en octubre de 2010. Era imposible que yo hubiese leído el cuento en el libro de 1969, ahora casi inencontrable; tampoco recordaba haberme llevado a España o haber pedido a alguien desde allá la antología de 2006 en donde volvió a aparecer; y la última posibilidad era, aunque la más razonable, también imposible, pues mi recuerdo de la lectura de ese cuento en un café de Barcelona tiene lugar en marzo de 2010 y el cuento fue publicado siete meses después en esa página web, cuando yo ya había vuelto a Honduras. Por eso la sensación era extraña, sumamente extraña.

II

“El fotógrafo reía” es el cuento que abre Fotografía del peñasco, de Eduardo Bähr, y ahora que lo releo, en una fotocopia del libro que tengo desde 2015, vuelvo a experimentar la misma sensación de haberlo leído una mañana de marzo de 2010 en un café barcelonés. Quizá haya una explicación, me digo, y pienso en lo que cualquiera que lea ese cuento y el libro en que aparece podría experimentar, no importa si lo lee hoy, dentro de cinco o veinte años: extrañeza, admiración, entusiasmo, alegría.

Cuando el libro se publicó en 1969 (Ediciones Kukulkán, 66 pp.), la narrativa hondureña estaba hundida en el Costumbrismo, que, si nos atenemos a lo que señaló en su momento Óscar R. Flores, pudo haber empezado a tomar fuerza en los años 30, durante la dictadura militar de Tiburcio Carías Andino (1933-1949), cuando los escritores con inclinaciones vanguardistas optaron por la autocensura, ya que el término “vanguardista” era comúnmente asociado con aquellos que mostraran una actitud rebelde y contestataria, algo que, obviamente, no combinaba muy bien con una dictadura. El temor a ser señalados como disidentes, entonces, pudo haber privado a aquellas décadas entre los años treinta y cuarenta de acoger las tendencias de la Vanguardia.

El Costumbrismo siguió dominando la literatura hondureña durante mucho tiempo. Todavía para los años sesenta, recurrir a los escenarios rurales y al habla de la gente del campo les permitía a la mayoría de los escritores de aquella época retratar una realidad que, si bien existía, también era cierto que se alejaba de esa otra realidad derivada sobre todo de las acciones del gobierno conservador y represivo del general Oswaldo López Arellano (1963-1965). Manuel Salinas Pagoada explica así la actitud de esta generación de escritores: “Debido a su ideología conservadora, escamoteó la realidad hondureña al describirnos de una manera colorista y estereotipada el campesinado como personaje central de sus relatos”. Si acaso se puede señalar un contrapeso al Costumbrismo en aquellos años, es el del Romanticismo tardío de Lucila Gamero de Medina y de Argentina Díaz Lozano, además del llamado Realismo Social de Ramón Amaya Amador.

No es gratuito, entonces, considerar la aparición de Fotografía del peñasco como otro de los momentos importantes de la Vanguardia en la narrativa hondureña, una Vanguardia que empezó a insinuarse en algunos cuentos de Arturo Martínez Galindo agrupados bajo el título Sombra, de 1940, pero publicados, en su mayoría, durante los años previos a la muerte de este autor, y que volvió a mostrarse hasta en 1956 con la publicación de El arca, de Óscar Acosta. Un nuevo momento, este de 1969, para una Vanguardia literaria hondureña que entonces sí parecía dispuesta a quedarse, pues la voluntad renovadora que se apreciaba en Fotografía del peñasco no tenía ni la timidez de Martínez Galindo ni la brevedad de Acosta, y que además, se vio alimentada con la publicación en 1971 de La balada del herido pájaro y otros cuentos, de Julio Escoto, y en 1973 del otro gran libro de Bähr, El cuento de la guerra.

Uno lee Fotografía del peñasco casi cincuenta años después de su publicación y siente que de esas páginas emana algo distinto; distinto incluso, por arriesgado y poco convencional en cuanto a la forma, a lo que publican actualmente la mayoría de los cuentistas hondureños, que parecen no haber leído oportunamente a Borges y a O. Henry y encuentran todavía, en estos años del siglo XXI, en los cuentos de Nery Alexis Gaytán un modelo válido a seguir.

Hay una línea perfectamente trazable para ubicar ese espíritu de innovación y esa marca de verdadera renovación en la narrativa hondureña que empieza con Martínez Galindo, continúa con Óscar Acosta, salta hasta Eduardo Bähr y de ahí continúan Julio Escoto, Marcos Carías y Roberto Castillo. Cada uno de ellos ha publicado por lo menos un libro que, en su momento, representó un salto, un despegue con intenciones vanguardistas respecto a lo que se escribía o predominaba en la narrativa hondureña.

Así, Sombra, de Arturo Martínez Galindo, aporta cosmopolitismo, atrevimiento con temas escabrosos como la pedofilia, el incesto y el lesbianismo, profundidad sicológica y ambigüedad; El arca, de Óscar Acosta lo hace con su inusitada concisión que, sin embargo, tiene alcances amplios de carácter simbólico y universal; Fotografía del peñasco, de Eduardo Bähr, que rompe definitivamente con las motivaciones del Costumbrismo y se inscribe en la Vanguardia con el uso de técnicas narrativas modernas y su carácter lúdico y plurisignificativo; La balada del herido pájaro y otros cuentos y El árbol de los pañuelos, de Julio Escoto, en los que su autor aplica técnicas narrativas modernas en consonancia con lo más reciente de la narrativa latinoamericana; Una función con móbiles y tentetiesos, de Marcos Carías, que a juicio de Héctor Miguel Leyva, es, quizá, “el experimento narrativo más osado de la literatura hondureña”; y todos los libros de Roberto Castillo, un autor que con cada nueva publicación fue demostrando una gran capacidad narrativa y una voluntad renovadora y de estilo que hacen de su segunda novela, La guerra mortal de los sentidos, una obra maestra.

III

Al evaluar todo esto, uno no puede evitar hacer una mueca de profundo aburrimiento cuando se topa con libros de narrativa hondureña en los que, más que intenciones estéticas, lo que hay es el puro afán de contar. Hay, incluso, algunos de estos libros que, desde la contraportada o desde el prólogo, advierten no tener fines estéticos sino que buscan apenas entretener, lo cual no tendría ningún problema si no fuera porque sus autores se pasean por la aldea haciendo alarde de sus impresionantes aptitudes literarias.

Cada uno escribe como puede, de eso no hay duda, y no debe señalarse como pecado el que un libro no alcance, en un contexto como el de Honduras, un nivel de calidad como el que alcanzaron los autores mencionados en el segundo apartado de este artículo. El pecado reside en la fanfarronería de algunos de sus autores, que se hacen de un cuerpo de escuderos para lanzarse a la llanura con una armadura en la que no penetran ni las buenas lecturas ni el buen juicio; o en la falta de conciencia o de humildad en otros, que hasta son capaces de aparecer en la televisión hablando de sus “aportes a la narrativa hondureña” o hacer que un colega, que lo supera con creces en talento y oficio, claudique en la página de un periódico a favor su imagen de impoluto genio de las letras nacionales.

Que alguien como yo, que también escribe y publica narrativa, venga a decir estas cosas, constituye seguramente para esos otros una muestra de fanfarronería, pero el hecho de que yo mismo no alcance como narrador las exigencias que me planteo o que le planteo a los demás, no me impide hablar, desde mi posición de lector, de estos temas que la mayoría no aborda por dos razones sencillas: el desconocimiento de la narrativa en general o de la narrativa hondureña en particular y el temor a perder unas cuantas amistades.

Hay cosas que hay que decir respecto a la narrativa hondureña contemporánea y una de ellas tiene que ver con los modelos de escritura de los escritores actuales. Ya basta de escribir cuentos con finales a lo O. Henry, de recurrir a la historia como único asidero y a la autobiografía como terapia, de pretender ser escritores mientras decimos que sólo aspiramos a contar, a entretener. ¿No hay acaso otras posibilidades para la narrativa hondureña? ¿De verdad estamos tan atrasados que ni nos hemos dado cuenta? Si nos descuidamos, vuelve a nosotros el Costumbrismo.

No logro imaginar cómo pudo haber sido la reacción de los lectores de Fotografía del peñasco en 1969. ¿Qué pensarían cuando leyeron aquellos cuentos raros, tan alejados de lo que era la norma por aquellos días? Supongo que una mueca de incomprensión se dibujó en sus rostros. Una mueca digna de una fotografía y de que el fotógrafo se ahogue con una carcajada.

Vida y época de Bruno Pedroza

29 viernes Jul 2016

Posted by Giovanni Rodríguez in Artículos, Lo demás es ficción

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HABermúdez, OAcosta, SRolla

Hace poco menos de un mes empecé a colaborar en la revista costarricense Literofilia con una columna que lleva por nombre Lo demás es ficción. El nombre de la columna sugiere que su contenido es pura verdad, pero eso es algo que está por verse. Mientras reviso y corrijo los últimos detalles de mi segundo artículo, les dejo éste que fue el primero y que habla del «crítico literario más mordaz y polémico de la historia de la literatura hondureña», el famoso Bruno Pedroza:

Solemos escribir o hablar sobre los escritores a los que admiramos, y no sólo sobre su obra sino también sobre su vida, pero poco tiempo le dedicamos a los críticos, esos lectores minuciosos que se introducen en la obra de otros para desentrañar sus significados desde una perspectiva, se supone, más científica, mejor dotada con las herramientas que requiere la buena lectura.

Si, como dice Hernán Antonio Bermúdez, “duro, ingrato, es el oficio de escritor” en países como los nuestros, “con una débil tradición cultural y un público lector marginal, rodeado de una masa más bien hostil de indiferentes y de analfabetos”, cuánto más duro e ingrato será el oficio de los críticos, a quienes solemos ver con recelo y de reojo, e incluso mostrarnos con ellos a la defensiva. Ellos, que suelen caer mal entre los criticados, peor caen en países como los nuestros, cuyos escritores están poco acostumbrados a otra cosa que no sea la palmadita en la espalda, los aplausos y los piropos; cosas de la corrección política.

En Honduras -pero supongo que algo similar ocurre en el resto de países centroamericanos- resulta difícil hablar de una crítica literaria permanente y más aún, de una crítica literaria seria y desprejuiciada. Hay, eso sí, esporádicos balbuceos en blogs o en cuartos de página que los periódicos nacionales se permiten rellenar, cuando no queda de otra, con “esas babosadas de la literatura”.

Casos como los de Hernán Antonio Bermúdez, Helen Umaña, Héctor Miguel Leiva o Sara Rolla, respetados críticos literarios hondureños, son escasísimos, y casos como el de Bruno Pedroza todavía más.

Prácticamente desconocido entre la más reciente generación de escritores y lectores en Honduras, puesto que su última aparición pública –es decir, su última crítica escrita- corresponde al ya lejano año 1995, Bruno Pedroza es, sin riesgo de exagerar, el crítico literario más mordaz y polémico de la historia de la literatura hondureña. Su efímera carrera pudo haber iniciado en agosto de 1994, cuando en un artículo publicado en el Magazine Literario de diario Tiempo se refirió al Premio Nacional de Literatura recién otorgado a Edgardo Paz Barnica, un eminente hombre de política que, hasta la fecha de concesión de ese premio, de literatura no había publicado nada.

Pedroza atacaba duramente en ese artículo al Ministerio de Educación, ente que, aún hoy, decide todo sobre el premio en mención, y reclamaba, como era –y sigue siendo- lógico, que los criterios empleados en la escogencia del galardonado fueran más políticos que literarios. Y aún más, su intuición le permitió mostrarnos el futuro: “No deberíamos esperar”, escribió, “que el Premio Nacional de Literatura reconozca cada año la obra de escritores hondureños; no, de hecho, es probable que en los próximos años este premio llegue a las manos de periodistas, de abogados, de políticos o de sociólogos cuyos méritos literarios no sean superiores a los de, por ejemplo, el tío Celerino de Rulfo”. Y el tiempo, ya lo hemos visto, ha terminado dándole la razón a Pedroza.

Una frase, en particular, indignó a muchos: “Llegará un momento en el que rechazar ese premio le dará mayor prestigio a un escritor que aceptarlo”. Algunos medios de comunicación hicieron eco de las palabras de Pedroza y pronto aparecieron, en otras columnas de la prensa escrita y en algunos programas de radio, tanto aliados como detractores. El debate llegó incluso a oídos del presidente de la República, que amenazó con eliminar de un plumazo no sólo ese premio sino también los de Ciencia y Arte, lo que no sucedió finalmente sólo porque algún asesor lo convenció de la conveniencia política que implicaba mantenerlos.

Bruno Pedroza, entonces, ajeno a los avatares políticos y fiel únicamente a sus principios como lector, se convirtió, con tan solo un texto publicado y sin pretenderlo, en el crítico literario hondureño más renombrado de la época. A partir de ahí sus críticas se volvieron moneda corriente en diario Tiempo. Sin una frecuencia definida, aparecían cualquier día de la semana y su lectura caía como bombas sobre el aletargado ambiente cultural hondureño. La tomaba por igual contra los propugnadores de “una literatura nacional comprometida”, a quienes llamaba “ignorantes y anacrónicos” y recomendaba seguir leyendo al Ché Guevara, pero en la selva, muy lejos de todo; contra los primeros brotes de lo que llamó “feminismo intervencionista en la literatura”, que ya iniciaba campañas en Honduras como la de “adaptar” los cuentos de Arturo Martínez Galindo a las necesidades de un “lenguaje inclusivo”; o contra la creación de una poesía “facilona o verborréica” e incluso contra el surgimiento de una generación de “poetas hippies cuyo aspecto es posible que sea lo único medianamente poético en ellos”.

En uno de esos artículos se permitió, incluso, dar algunos consejos: “Una regla básica del escritor es que sepa escribir. Antes, debe, por supuesto, haber aprendido a redactar. Si usted no sabe redactar, difícilmente podrá escribir, por mucha imaginación y entusiasmo que tenga, por mucho amigo que le diga qué bueno y talentoso y genial es (tome en cuenta que los amigos son amigos, no necesariamente lectores y a veces ni siquiera lectores con criterio). Así que si no ha aprendido a redactar mejor ni se meta, aunque esta sugerencia atente contra el derecho inalienable de todo individuo a expeler versos inútiles, líneas de texto con errores de concordancia, párrafos disfuncionales”. Ese texto, todavía de 1994, concluía con esto: “Hay gente aquí en nuestra aldea que cree que lo único importante es “tener algo que decir”, sin importar cómo lo dice. Eso está bien en cualquier ámbito de la vida pero no en la literatura. La literatura es una cosa superior y hay que respetarla”.

Es posible que, vistos en retrospectiva, los juicios de valor de Bruno Pedroza sobre la literatura hondureña de mediados de los años noventa nos parezcan ahora lugares comunes; las pretensiones de una “literatura comprometida” y de un “lenguaje inclusivo” en los textos literarios resultan ahora disparates propios de mentes febriles que no tienen claro todavía en qué consiste la literatura, y resulta sumamente fácil en la actualidad identificar a esos poetas ligeros, más performáticos que otra cosa, y separarlos de los poetas auténticos, pero también es justo decir que con esos juicios de valor, Pedroza abrió sendas que otros seguirían en la crítica literaria hondureña.

Su último texto publicado data de octubre de 1995 y en él nada parece aludir a una despedida; es más, la polémica que generó entonces ese texto, una crónica ácida sobre la presentación del libro de un narrador costumbrista muy apreciado sobre todo entre las damas de la alta sociedad sampedrana, que lo invitaban constantemente a sus finas veladas culturales para poner un toque de humor y color local, dio para pensar que Pedroza estaba en su mejor momento, pero luego de eso desapareció y no fue sino hasta un par de años después que su nombre encabezaría un artículo de diario La Prensa para atacar sin piedad, aunque con un sentido del humor más acentuado que el que practicaba Pedroza, a otro narrador local, en este caso de corte romántico, pero pronto se supo que el Bruno Pedroza de este artículo era apenas un seudónimo utilizado por los miembros del grupo literario Arlequín, que no querían cargar con las consecuencias de su ataque al escritor romántico.

Durante los poco más de 14 meses que el nombre de Bruno Pedroza se posicionó en lo que podríamos llamar “la conciencia de la literatura hondureña”, no llegó a saberse más de él que lo que su pluma dejaba saber; sus artículos sólo eran identificados con su nombre, nunca una fotografía suya o unos datos biográficos llegaron al conocimiento de los lectores. Hay quienes ahora, más de veinte años después, todavía cuestionan su real existencia e incluso se recrean en la idea de que sólo haya sido una invención, quizá de Óscar Acosta, a quien Monterroso una vez señaló como posible autor detrás del nombre del mítico novelista B. Traven. Pero eso es algo que sólo el tiempo está en condiciones de aclarar.

Poetas

24 jueves Mar 2016

Posted by Giovanni Rodríguez in No-Diario

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JAFunes, JGonzález, LAlvarado, MAMadrid, MGallardo, OAcosta, RSosa

En una nota publicada por diario La Prensa hace algunos días, Mario Gallardo, Marco Antonio Madrid y yo fuimos consultados por Juan Carlos Rivera, con motivo de la celebración del Día Mundial de la Poesía, sobre el estado de la poesía hondureña actual. Los tres coincidimos en considerar a Leonel Alvarado y José Antonio Funes como los «herederos inmediatos» de lo que nos dejaron poetas como Roberto Sosa y Óscar Acosta, las cabezas más visibles de una gran generación de poetas hondureños integrada también por  Rigoberto Paredes, José Luis Quesada, José González, Efraín López Nieto, Galel Cárdenas, José Adán Castelar, Pompeyo del Valle o Nelson Merren, y precedidos por otros grandes como Antonio José Rivas y Edilberto Cardona Bulnes.

Además de Alvarado y de Funes, yo apuntaría también a Marco Antonio Madrid en la pequeña lista de esos nuevos poetas, verdaderos artistas de la palabra, que demuestran que la poesía no es cualquier cosa sino, precisamente, el más difícil de los géneros literarios.

En la nota de La Prensa no aparece el nombre de José González (Las órdenes superiores (1985), La poesía me habla (2001), Memoria de Atahualpa (2013), entre otros libros de calidad incuestionable) y sí aparece, en cambio, algún nombre que todavía no tiene los méritos necesarios para estar entre los grandes. Hay otro dato que debe ser enmendado: Mario Gallardo figura como cuentista en la antología de cuento Puertos abiertos, de Sergio Ramírez, y no en Puertas abiertas, que es una antología de poesía. Pero son cosas que suceden con demasiada frecuencia en la premura del periodismo, así que habrá que disculpar al periodista.

El espacio destinado a la nota, nos advirtió Juan Carlos Rivera, no era mucho, así que debíamos tratar de emplearlo de la mejor manera: hablando de los poetas que valen la pena. Porque los poetas abundan en esta aldeíta nuestra; yo, incluso, he publicado tres libritos en ese género y hasta un par de premios he ganado, pero uno no debe andar por ahí pregonando que es poeta, sobre todo cuando tenemos en nuestra historia literaria nacional muy buenos referentes, y cuando vemos que, aunque seamos contemporáneos de poetas como Leonel Alvarado, José Antonio Funes y Marco Antonio Madrid, nos falta mucho para estar a su nivel.

Buen juicio, alejamiento político y entusiasmo

19 sábado Dic 2015

Posted by Giovanni Rodríguez in No-Diario

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AMGalindo, EBähr, JEscoto, OAcosta, RCastillo

Tristemente habituados a encontrarnos, entre la narrativa hondureña reciente, con flojos libros de cuentos en los que predomina el interés anecdótico sobre la búsqueda de estilo, o incluso sobre la condición primaria, básica, de la correcta redacción, se podría inferir que muy probablemente entre nuestros cuentistas exista la idea de que la escritura de piezas de este género es un asunto fácil. Me asomo de vez en cuando a un par de librerías nuestras y noto, asombrado, cuántos libros de cuentos nuevos han llegado a los estantes desde la última vez, y eso que no pretendo en esta ocasión referirme a los poemarios, que los hay en mayor cantidad y merecerían un capítulo aparte.

No es mi intención iniciar un debate que, por lo demás, sería estéril en estas tierras ya infecundas para la buena discusión; tan sólo me refiero al contexto de la cuentística actual catracha para recordar algunos nombres importantes como Eduardo Bähr, Julio Escoto o Roberto Castillo, verdaderos maestros del cuento, que parecieran no haber sido leídos por una buena parte de la actual generación de ingenuos cuentistas nuestros.

Y es que las interrupciones en esta carrera de relevos han sido frecuentes en la literatura hondureña. Entre los cuentos de Arturo Martínez Galindo y Óscar Acosta, por ejemplo, hay por lo menos treinta años de diferencia, y de 1956, año de la publicación de El arca, a 1969, año en que apareció Fotografía del peñasco, Eduardo Bähr, hay otros trece años. En medio de esos nombres y esos datos hay otros nombres y datos difusos que, si acaso los conocemos ahora, es por la labor casi arqueológica y generosísima de Helen Umaña, y no porque tengan el valor necesario para la historia. Sobre la mayoría de nombrecitos actuales Helen Umaña todavía no ha dicho nada; quizá intuya ella que su labor no superararía el autobombo y el tráfico de palmaditas en la espalda de estos supuestos cuentistas actuales.

En otras ocasiones ya me he referido a algunos de estos autores –en términos discretos, debo decirlo- y seguramente eso me ha hecho ganar nuevos enemigos –sí, así de dramáticos somos-. Todos tenemos nuestro ego; el asunto es cómo lo administramos y si tenemos con qué.

No se trata de “recomendar” o de “desacreditar” a algún autor, simplemente de emitir juicios de valor desde nuestro propio criterio, de tratar de ser justos. Tampoco hay que pretender ganarse el favor de cierto grupo de damas sensibles saludando “a todos y a todas” y llamando “queridos y queridas” a los presentes en algún lugar al que llegamos como apacibles embajadores de la buena voluntad. Pretender simpatizarles a otros diciéndoles que lo que escriben es buenísimo o escribiendo textos laudatorios sobre ellos, “recomendándolos” al fin y al cabo, tampoco es digno de aplauso. Lo que sí valdría la pena es reconocer el valor de alguna obra en el contexto en que se publica, señalar sus virtudes y sus defectos, evaluar la evolución del autor después de varios libros publicados. Pero claro, para hacer algo así se requiere tener buen juicio; además, estar lejos de esas posiciones políticas o derivadas de curiosas enemistades que alrededor de una obra o un autor crean una especie de nebulosa de la que luego resulta casi imposible extraer lo verdaderamente importante; y por último, se necesita entusiasmo, carísimo en estos tiempos en los que las prioridades siempre serán otras, a menos que la cordura no sea una de nuestras cualidades.

Un libro para Óscar Acosta

12 sábado Dic 2015

Posted by Giovanni Rodríguez in Noticias

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HABermúdez, OAcosta

OA, lucidez creativaHace algunos meses Hernán Antonio Bermúdez me invitó a escribir un artículo sobre Óscar Acosta. Me habló de una recopilación de textos para un libro-homenaje al poeta y yo respondí entusiasmado a esa invitación. El libro apareció publicado en noviembre en Tegucigalpa y Hernán me envió un ejemplar que ayer cayó a mis manos y empecé a leer. Hay de todo: sesudos análisis sobre la obra del homenajeado, textos más personales escritos desde la amistad y la admiración y ejercicios de memoria aderezados con algo de ficción. Mi artículo cabe en la última categoría.

En términos generales, el libro resulta sumamente interesante pues recoge los recuerdos y las opiniones de un buen grupo de gente acerca del poeta Acosta. Todos coincidimos en algo que muy pocos podrían rebatir: Óscar Acosta fue un caballero, un buen amigo y uno de los más dignos hombres de letras de este país.

La lista completa de los participantes: Leonel Alvarado, Héctor M. Leyva, Rigoberto Paredes, Hernán Antonio Bermúdez, Sara Rolla, Eduardo Bähr, José Antonio Funes, José González, Rafael Leiva Vivas, Roberto Flores Bermúdez, Giovanni Rodríguez, Rolando Kattán, Gustavo Campos, Rafael Heliodoro Valle, Arturo Mejía Nieto, Pablo Antonio Cuadra, Ramón Oquelí, Julio Escoto, Helen Umaña, Luis Jimenez Martos y Segisfredo Infante. Los compiladores fueron Carlos López Contreras y Hernán Antonio Bermúdez.

Mi artículo puede leerse en el blog mimalapalabra.

¿Dónde están los que cuentan en Honduras?

11 martes Ago 2015

Posted by Giovanni Rodríguez in No-Diario

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AGarcía, CRodríguez, DArita, EBähr, ELara, FRivera, GCampos, JdeDPineda, JEscoto, JJBueso, JMartínez, JMedinaG, JMTorresF, JSánchez, JVindel, KBruhl, MCálix, MdeJPineda, MERamos, MGallardo, OAcosta, RLópezL, SRamírez

Cuentos

No han pasado 50 años (los que recomendaba Borges para estar en condiciones de leer un libro y emitir un juicio sobre él) desde que se publicara el más antiguo de los libros de cuentos que mencionaré en este texto, pero me permitiré hacer unas cuantas observaciones que valdrán, aunque sea, para que iniciemos una discusión. Las discusiones, ya saben, son buenas para la literatura, aunque no tanto para quienes la escriben.

Luego de explorar algunos de los libros de cuentos más recientes de la literatura hondureña me queda la impresión de que no todos sus autores saben qué es exactamente un cuento, o por lo menos, no todos saben cómo ha evolucionado este género. Sí lo saben, definitivamente, Felipe Rivera Burgos (Para callar los perros, 2004), Mario Gallardo (Las virtudes de Onán, 2007), Dennis Arita (Final de invierno, 2008, y Música del desierto, 2011) y Raúl López Lemus (Entonces, el fuego, 2013), quienes además de saberlo, logran construir, más allá de la anécdota y del servilismo ideológico, verdaderas piezas narrativas con todos los rigores y las exigencias del género.

Entre las mujeres, María Eugenia Ramos (Una cierta nostalgia, 2000), Marta Susana Prieto (Melodía de silencios, 2003) y Jessica Sánchez (Infinito cercano, 2010) han mostrado también saber cómo se hace un cuento, aunque me permito observar que en Sánchez el afán feminista da al traste a veces con su prosa; en el cuento “Margarita”, por ejemplo, leemos frases como “Yo creo que cuando una tiene un compromiso con la gente, es difícil zafarse de eso” y “mientras yo, testigo muda” (las cursivas son mías), que, obviamente, no contribuyen a la demostración del talento que la autora tiene debajo de ese ropaje feminista.

En una búsqueda auténtica se encuentra Gustavo Campos (Katastrophé, 2012). Algunos de los textos de este autor se mantienen en una indefinición: ¿cuentos o fragmentos de novelas inacabadas o en construcción? Eso, si hablamos de narrativa en general, no representa ningún problema; de hecho, la mezcla de géneros literarios está muy en boga y es muy interesante, pero aquí pretendo identificar y comentar únicamente los aportes en el género del cuento en algunos autores hondureños recientes. Quizá una mejor organización de las ideas y una lectura más atenta de los maestros del género puedan permitir en las futuras creaciones de Campos un mayor afinamiento del género.

Martín Cálix (Partiendo a la locura, 2011) es, junto a Campos, probablemente el más joven de los autores con cuentos publicados en los últimos años. El desconocimiento en Cálix de que no todo lo que se escribe es publicable no le ha permitido mostrar unos cuentos más acabados, más apegados a las normas que rigen el género; su libro muestra atisbos de un cuentista que parece estar muy cómodo en su versión beta, y si esa comodidad se extiende a sus próximos libros, no veremos de él nada digno de mención en el futuro.

El nombre de Kalton Bruhl ha irrumpido en la escena literaria hondureña con tres libros de cuentos: El último vagón, Donde le dije adiós y Un nombre para el olvido, todos publicados en 2014. Se nota en este autor una inclinación hacia géneros poco cultivados en la literatura hondureña: el relato de terror, el histórico y hasta la ciencia ficción, así como la predilección por paisajes y personajes ajenos al contexto hondureño. En Bruhl identificamos también un apego a formas tradicionales en la construcción de la narración breve: la solución ingeniosa, los finales sorpresivos. Son textos escritos con entusiasmo e ingenuidad a partes iguales, a veces correctos, a veces descuidados, en los que todavía no se atisba una voluntad de ruptura o al menos de distanciamiento que permita señalar un aporte significativo al género en Honduras.

También con libros de cuentos publicados, hay que mencionar a Javier Vindel (El domador, 1988; El traje camaleón, 1994; Proyecto H, 2005), Edilberto Lara (La imagen y el espejo, 2005), Armando García (Hasta no ver…, 2007) y Manuel de Jesús Pineda (La noche aparte, 2009).

Hay otros nombres a los que podríamos ir poniéndole la etiqueta de cuentistas pero que aún no han publicado libro. En Entre el parnaso y la maison, una recopilación de textos narrativos de autores de la Costa Norte publicada en 2011, se apuntan a esta lista Jorge Martínez, Carlos Rodríguez y Juan José Bueso, los últimos dos con cuentos muy interesantes.

En la antología de cuento centroamericano Puertos abiertos, de Sergio Ramírez, además de Óscar Acosta, Eduardo Bähr y Julio Escoto, consumados cuentistas, figuran Mario Gallardo y María Eugenia Ramos, que ya he mencionado, junto a Juan de Dios Pineda (Andares y cantares, 1992) y Jorge Medina García (Pudimos haber llegado más lejos, 1989; Desafinada serenata, 2000; y La dignidad de los escombros, 2002). Destacan, entre los menos conocidos, “Sensemayá-Chatelet”, de Pineda y “Las virtudes de Onán”, de Gallardo.

En una antología centroamericana más reciente, Un espejo roto, también de Sergio Ramírez, por Honduras, además de Sánchez, Bruhl y Campos, aparece José Manuel Torres Funes con un cuento que demuestra habilidad en el autor. Los otros textos de la antología están signados por el descuido en la redacción y el feminismo entrometido (“Margarita”, de Sánchez), la solución aparentemente ingeniosa pero más bien de mal gusto (“Banana Republic”, de Bruhl) y la indefinición del género (“El paseo”, de Campos). Con todo, este último es el que muestra una búsqueda más auténtica y el que está más a la altura de las aspiraciones de la antología.

(Nota en actualización permanente en la medida en que conozca y lea a otros autores de cuentos que tengo pendientes).

¿Qué es un cuento?

10 lunes Ago 2015

Posted by Giovanni Rodríguez in No-Diario

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DArita, OAcosta

Fuente: www.pinterest.com

Fuente: http://www.pinterest.com


¿Qué es exactamente un cuento? Las respuestas “oficiales” (las de la RAE y Wikipedia) contribuyen, más que a aclarar, a aumentar la confusión. “Relato, generalmente indiscreto, de un suceso”, dice el diccionario de la RAE en una de sus acepciones. Y en las otras alude a su naturaleza ficticia y a su brevedad.

Y veamos ahora lo que dice Wikipedia: “Un cuento (del latín compŭtus, cuenta) es una narración breve creada por uno o varios autores, basada en hechos reales o ficticios, inspirada o no en anteriores escritos o leyendas, cuya trama es protagonizada por un grupo reducido de personajes y con un argumento relativamente sencillo y, por lo tanto, fácil de entender”. A lo que agrega que: “suele contener pocos personajes que participan en una sola acción central, y hay quienes opinan que un final impactante es requisito indispensable de este género”.

Después de leer lo anterior quizá hasta sea normal que un autor de literatura considere que deba regirse por estos parámetros a la hora de intentar escribir un cuento. Sin embargo, no debería ser excusa para no buscar incansablemente lo que, más allá de las pautas oficiales, puede considerarse, definitivamente, como una nueva forma de escribir un cuento.

Lo de la brevedad y lo de la concentración de la acción en pocos personajes parece estar suficientemente claro entre nuestros cuentistas catrachos. El asunto es que cuando se toman al pie de la letra lo de que el argumento debe ser “relativamente sencillo y, por lo tanto, fácil de entender”, algunos caen en el facilismo, un facilismo que demuestra ingenuidad. Luego está lo del “final impactante” que, según muchos, es un “requisito indispensable” en el género y que motiva la práctica entre algunos de nuestros cuentistas con más entusiasmo que talento.

Es, definitivamente, difícil intentar definir lo que es un cuento, sobre todo si nuestra perspectiva es absolutamente literaria. Un cuento sí, es todo eso que enuncian el diccionario de la RAE y Wikipedia, pero no sólo eso. A quienes redactaron esos conceptos se les olvidó que lo que intentaban definir es un género literario y por lo tanto, debieron considerar los cambios que un género literario puede sufrir con el tiempo. Así, por ejemplo, esos conceptos bien podrían aplicar para la mayoría de los cuentos de Cortázar pero no para los de Carver o los de Hemingway o los de Richard Ford. Aplican para los de Óscar Acosta pero no para los de Dennis Arita.

¿Dónde podríamos encontrar las diferencias? Principalmente en la exposición, por parte de los primeros, y en el ocultamiento, por parte de los otros, de algunos hechos esenciales de la historia contada, y también en la ambigüedad resultante de esta segunda opción. El recurso del dato escondido ha sido ampliamente explotado por muchos escritores; en Honduras, sin embargo, encontramos sólo casos aislados. En su famosa “teoría del iceberg”, Hemingway propone que lo que se muestre del relato sea sólo una pequeña parte, como la punta de un iceberg sobre la superficie del agua; en muchos de nuestros cuentos catrachos lo que encontramos son auténticos continentes congelados descritos minuciosamente. Y la ambigüedad, que es una característica esencial de la literatura, en muchos de los textos de nuestra literatura catracha parece no tener cabida, pues sus autores, en lugar de sugerir, explican, sin dar la oportunidad al lector de interpretar lo que lee, o dicho de otra manera, obligan al lector a interpretar el texto de una sola manera.

¿Cómo debería ser la nueva narrativa hondureña?

09 domingo Ago 2015

Posted by Giovanni Rodríguez in No-Diario

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Alguien me preguntó hace poco, luego de discutir acerca de lo que a estas alturas ya no se debería escribir en la narrativa hondureña, cómo debería ser la narrativa que se escriba en estos tiempos en Honduras. La pregunta pone en jaque a cualquiera y eso sucede porque resulta fácil identificar en nuestra historia literaria cuáles han sido los patrones seguidos y luego compararlos con la literatura de otros ámbitos, pero no resulta tan fácil identificar lo que se produce en este momento. A la literatura es menos difícil verla en retrospectiva que en el momento en que surge. En este sentido, los cincuenta años a los que aludía Borges son un buen punto de partida.

Sabemos unas cuantas cosas respecto a lo que escribieron quienes estuvieron antes que nosotros:

  1. Que Lucila Gamero escribió novelas lacrimógenas y hasta cursis pero que en Blanca Olmedo demostró que sabía cómo debía hacerse una buena novela lacrimógena y cursi. Aun así, no deberíamos repetir a Lucila Gamero.
  2. Que Angelina de Carlos F. Gutiérrez es de los primeros intentos de narrativa producidos en Honduras y que su romanticismo y sus rasgos naturalistas no deberían caber en nuestra narrativa contemporánea. Si acaso, en clave de parodia.
  3. Que Froylán Turcios publicó sus textos narrativos a principios del siglo XX y escribía bajo el influjo del romanticismo y del modernismo, nada que deba reproducirse ahora.
  4. Que Ramón Amaya Amador ya escribió todas las novelas realistas-socialistas que podían escribirse en Honduras, que su afán denunciatorio y su tono a veces panfletario debería verse superado en nuestra generación.
  5. Que Arturo Martínez Galindo entre 1923 y 1940 y Óscar Acosta en 1956 fueron los dos narradores que de verdad rompieron los moldes narrativos de su tiempo en Honduras y que acabaron, aunque sólo en su propia obra puesto que no tuvieron eco entre sus contemporáneos, con el romanticismo machacón y el realismo costumbrista.
  6. Que no fue sino hasta la llegada de Marcos Carías, Eduardo Bähr, Roberto Castillo y Julio Escoto que la narrativa hondureña pareció tomar el relevo de Martínez Galindo y Acosta y mostró voluntad renovadora.

Sabiendo esto, podemos al menos visualizar un punto de partida. Y desde ese punto de partida intentar responder a la pregunta «¿Cómo debe ser la narrativa que se escriba en estos tiempos en Honduras?».

En los siguientes enlaces encontrarán dos acercamientos míos a una posible respuesta:

  1. Discurso airado o cómo reventarse el hígado en siete libros y medio.
  2. Narrativa hondureña actual: una voluntad posmoderna.

Mario Gallardo también escribió algo sobre la narrativa hondureña. Para leerlo, sigan este enlace: Honduras, magnífica y terrible.

Agenda

Presentaciones de Anchuria:

-Sábado 18/Marzo, Guacamaya´s Bookstore, San Pedro Sula, 6:15 P.M.

-Sábado 22/Abril, CCET, Tegucigalpa, en el marco de la Feria del Libro del Redondel de los Artesanos, 6:00 P.M.

-Sábado 27/Mayo, Humboldt-Institut, San Pedro Sula, 6:00 P.M.

-26 al 30/Julio, Festival Internacional de Los Confines, Gracias, día y hora por confirmar.

Foto: Hansy Estrada
Foto: Hansy Estrada

Libros publicados:

Anchuria (2023)
Anchuria (2023)
Las noches en La Casa del Sol Naciente (2021)
Las noches en La Casa del Sol Naciente (2021)
Teoría de la noche (2020).
Teoría de la noche (2020).
Los días y los muertos (2da. Ed. 2018)
Los días y los muertos (2da. Ed. 2018)
Tercera persona (2017).
Tercera persona (2017).
La caída del mundo, 2015.
La caída del mundo, 2015.
Café & Literatura (2012)
Café & Literatura (2012)
Melancolía inútil (2012)
Melancolía inútil (2012)
Ficción hereje para lectores castos (2009)
Ficción hereje para lectores castos (2009)
Las horas bajas (2007)
Las horas bajas (2007)
Morir todavía (2005)
Morir todavía (2005)

En Amazon:

Algunos libros del autor en versión Kindle o impresos en tapa blanda para pedidos desde cualquier parte del mundo en su página de Amazon.

Sobre Los días y los muertos:

https://www.youtube.com/watch?v=cZQdho1DiaI

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Ficción hereje para lectores castos

https://www.youtube.com/watch?v=wjfcJoc7EFY

La caída del mundo

https://www.youtube.com/watch?v=BVwALTE8IX8

Café con Shandy

https://www.youtube.com/watch?v=WDAhn1JGDF0&t=111s

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