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Las consanguinidades de «Anchuria»
16 jueves Mar 2023
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in16 jueves Mar 2023
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25 martes May 2021
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Erick Tejada Carbajal ha publicado en su blog La perfidia de la razón una reseña de Teoría de la noche, mi último libro de cuentos. Les dejo a continuación un fragmento de esa reseña:
Una de las cosas que más me agrada de Rodríguez es esa capacidad que tiene para diagramar y delinear personajes del extracto popular con una hondura psicológica inusitada. Le da una dimensión humana y tridimensional tanto a la prostituta, como al dueño de un colegio privado como a una ama de casa. Rodríguez escribe desde ese pavimento humeante de San Pedro Sula, desde el Bulevar del Norte, el Guamilito, el Monumento a la Madre y Circunvalación o desde las carnitas “El Sicario”. Las historias discurren con fluidez mientras el autor nos va dando una mirada de la pestilente decadencia de nuestros días. Sus personajes exudan ese tedio existencial abrumador y a veces indescifrable que produce la cotidianidad en una de las ciudades más violentas del planeta. La soledad, la melancolía, la ira y la exasperante necesidad de redención inundan a sus personajes que en medio de balaceras y masacres van normalizando el trepidante paso de la muerte. Giovanni se sumerge sin tapujos en las vísceras más inescrupulosas del bajo mundo catracho mientras conserva ese tono reflexivo y existencial de su escritura y que toma matices magistrales especialmente en Teoría de la noche, sin duda el cuento principal y bastión de este racimo de violentas historias.
Si quieren leerla completa, visiten el blog del autor: La perfidia de la razón.
27 martes Oct 2020
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inJavier Suazo ha escrito una reseña sobre mi novela Los días y los muertos, que apareció publicada en Tiempo Digital. Si quieren leerla completa, entren al blog de mimalapalabra, pero si no, aquí les dejo el inicio:
Una característica fundamental de la literatura verdadera, no de la simple escritura o narración de eventos, es lo que queda entre líneas. Ese juego diabólico del autor con el lector, en donde el primero propone un modelo para armar, una interacción vivencial que rompa la pasividad en la lectura.
Sin lugar a dudas, la novela Los días y los muertos de Giovanni Rodríguez (Santa Bárbara, 1980), Premio Centroamericano y del Caribe de Novela “Roberto Castillo” 2015, es un digno ejemplo de esa literatura auténtica, la que cava en lo profundo de la mente, destroza la pasividad del lector y lo impulsa en un tobogán de misterios, secretos ocultos, casos sin resolver, que alimentan el análisis, la especulación, la actividad intelectual.
13 domingo Oct 2019
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Recientemente Linda María Cortéz escribió un artículo en La Tribuna sobre mi libro Café & Literatura. Lo pueden leer completo en el siguiente enlace: «Algunas valoraciones sobre Café & Literatura, de Giovanni Rodríguez«.
14 domingo Jul 2019
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La pregunta del título de esta entrada corresponde al título de una reseña de mi novela Los días y los muertos que Manuel Ayes ha publicado este domingo en El Heraldo en una versión corta, adaptada al espacio disponible en el periódico. La que viene a continuación es la versión original de esa reseña, que su autor, al que le agradezco sus palabras, me ha enviado:
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Uno suele escuchar que la literatura hondureña escasea de novelas. Es cierto. No ha sido Honduras el país más comprometido con este género; el otro tema al respecto es el de la calidad, la de aquellas novelas que trascienden por la esencia de sus personajes y las acciones meticulosamente construidas. Es distinto con la poesía, que impera, en logro o intentona, como la elección favorita principalmente de los escritores noveles.
Por supuesto, tenemos las novelas clásicas, que a mi parecer son: Blanca Olmedo de Lucila Gamero de Medina, La guerra mortal de los sentidos de Roberto Castillo, Una función con móbiles y tentetiesos de Marcos Carías Zapata, El árbol de los pañuelos de Julio Escoto, Peregrinaje de Argentina Díaz Lozano y Bajo el chubasco de Carlos Izaguirre.
Los días y los muertos de Giovanni Rodríguez se une a esa tradición de obras exhaustivas. Acreedor con ella del Premio Centroamericano y del Caribe de Novela Roberto Castillo, este escritor santabarbarense nos brinda una grata sorpresa. Su obra posee un estilo fluido, sin ambages prosísticos, y novedoso en Honduras, enriquecido nítidamente por la rapidez de la acción del relato combinada con la digresión reflexiva de las obras que perduran.
Esta novela se ha convertido en uno de los mejores retratos de nuestra Honduras. Destaco de ella esa fotografía de la decadencia contemporánea, en la que sucesos insólitos para otras naciones, merecedores del pánico irrefrenable y la indignación, se han vuelto aquí el pan de cada día: una normalidad enfermiza.
El autor critica, no digo que intencionalmente, poco importaría, esa actitud inverosímil tomando como escenario San Pedro Sula, “la ciudad más violenta del mundo”, en la que las muertes, contadas por docenas, no son nada más que un titular de periódico. Y esto, en López, el personaje principal, desencadena la actitud primordial para la trama: una paranoia, que representa el estado de ánimo de la mayoría de quienes somos conscientes de esta tragedia. Así, entre elucubraciones de personajes complejos como Guillermo Rodríguez Estrada, el joven asesino, y las infidencias del narrador sobre López, Rodríguez desentraña el alma del hondureño actual.
Los días y los muertos nos presenta la vida de unos personajes que por el compromiso creativo han llegado a obtener carne y huesos palpables, personajes que se quedan viviendo con nosotros incluso después de finalizar la lectura, en esas preguntas que persisten y a que nos invitan las buenas obras literarias. Resulta inevitable esculcar en ellos e identificar algunas de las actitudes de los jóvenes actuales, de alguna manera bastante modianescos, según he percibido. Y es que también en ocasiones los personajes de Rodríguez están determinados por la presencia de la misteriosa mujer, encarnada en Mercedes, la Innombrable y sus hermanas prostitutas; la fatalidad de la juventud, hastiada de las implicaciones de una inevitable madurez y las obligaciones de un sistema que aborrecen; los jóvenes enamorados pero desconocidos, unidos por un azar de la noche o de la vida en general; y esos triángulos, o cuadrados o pentágonos amorosos que se construyen y deconstruyen infortunadamente.
También hay esa soledad y el odio al prójimo en Rodríguez Estrada, y la decepción que una mujer fatal puede causar en un hombre, emociones muy evocadoras de lo juanpablocastelesco, que llevan a encontrar la redención en lo que él mismo llama “la confirmación de la culpa”.
López, agobiado por la violencia, incorruptible en su trabajo, sabatianamente solitario, intelectual y capaz de encontrarse a sí mismo cuando creía que su camino estaba ya fatídicamente trazado, es un personaje que debe huir, en un exilio de su residencia que día a día vemos alrededor nuestro, aunque sean más frecuentes las huidas fuera del país; pero se trata de un exilio también de sí mismo, para escabullirse de la violencia que lo amenaza. López figura como esos personajes fuertes que no se olvidan y que traspasan la barrera del tiempo.
Leer el libro constituye una garantía de mantenerse en vilo, deseando avanzar más pronto de lo posible para descifrar lo que se convierte en una caja de sorpresas en los acontecimientos. La trama está acompañada de unas punzantes pero certeras críticas al sistema de justicia, a la literatura hondureña y su devoción por el Boom latinoamericano y con esto último alude a la necesidad de crear mejores historias que nos capturen con su maestría.
Como se lee en la novela, “la realidad se vuelve tu realidad cuando en lugar de ser un observador externo te convertís en participante directo”. La realidad golpeará al lector al enfrentarse con esta obra, en la que no hay ninguna coincidencia milagrosa, sino una determinada por el hecho de vivir en un lugar tan pequeño regido por un único gobernante: la violencia. Esa que, por lo menos, al leer el libro, solo se encontrará en la imaginación.
19 martes Feb 2019
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Raúl Arechavala ha reseñado mi novela Los días y los muertos en Tercer Mundo:
Lo primero que me llamó la atención en la novela de Giovanni Rodríguez, desde el punto de vista narrativo, fue el hecho de que no estaba frente a una novela, sino ante dos: la de López, en tercera persona, y la de Guillermo Rodríguez Estrada, en primera persona. Esto implica, indudablemente, un enorme esfuerzo estilístico, una gran destreza narrativa, que está muy bien lograda…
Para leer el texto completo, sigan por aquí: Asfixia existencial y la literatura como obsesión.
07 jueves Jun 2018
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Fabricio Estrada ha escrito una breve reseña de mi novela Los días y los muertos, que aparece publicada en la revista Tercer Mundo. Les dejo un fragmento en el que alude a López, el personaje principal de la novela:
Y bien que puede López llegar a convertirse en el primer personaje de saga en la novela hondureña. Tiene todos los elementos: una vida marginal que le permite moverse con naturalidad entre los dos mundos de la precariedad y el riesgo; una soltería acérrima que le brinda cierta sed de aventura libre de contenciones moralizantes; y, sobre todo, una plasticidad de cine Noir que deja en el lector una buena cantidad de momentos memorables, al mejor estilo de los filmes policiales de los noventas.
Si quieren leer la reseña completa, entren por aquí: Los días y los muertos, o el tachar y reescribir desde Honduras.
20 domingo May 2018
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Una amiga me pone al tanto de una reseña de mi novela Tercera persona publicada en la revista Lee/Algo. Su autor, Alejandro Espinosa Fuentes, es un mexicano que obtuvo el Premio Nacional de Novela «José Revueltas» y además, es traductor y profesor de literatura. «Las primeras cincuenta páginas de Tercera persona bosquejan un cuadro del hastío moderno que obliga al lector a darse unos segundos para aplaudir la audacia de la prosa», se lee en una parte de la reseña. Si quieren leerla completa, entren a la web de Lee/Algo.
10 miércoles May 2017
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Mario Gallardo hizo una de las dos presentaciones de mi novela Los días y los muertos en UNAH-VS en abril pasado. Entonces, leyó primera versión de este texto que tituló «Del narrador de la caverna a Los días y los muertos y viceversa», en el que, entre otras cosas, dice que a mi novela le viene bien la etiqueta de lo neopolicial. Les dejo aquí la reseña:
Durante el pasado mes de marzo mi libro de cabecera fue Leer la mente, un esclarecedor ensayo de Jorge Volpi sobre las relaciones existentes entre el cerebro y el arte de la ficción. En las páginas iniciales de su propuesta el escritor mexicano reflexiona sobre el momento en que surgió la ficción narrativa y, novelista al fin, escoge contarnos una historia que ocurre en el principio de los tiempos y tiene como escenario una caverna iluminada por las tenues llamas de una hoguera, donde un vago antepasado homo sapiens salta, mueve los brazos, mientras emite una serie de sonidos guturales frente a un atento público troglodita.
No es fácil advertirlo, pero lo que todos pueden inferir es que horas atrás, mientras buscaba una ruta entre la nieve, se topó con un mamut colosal que le impedía el regreso a la caverna. Heroico, pese al monumental tamaño de la bestia, nuestro hirsuto antepasado, empuñando su hacha de sílice, decidió enfrentarla. De un salto, como si escalara un promontorio, subió a la grupa del mamut y logró asestarle un golpe providencial en un punto débil de su lanudo cuello. La sangre brotaba con profusión mientras el animal barritaba encabritado. Cuando por fin se desplomó sobre la nieve produjo un estruendo, un temblor de tierra. Al terminar la narración sobreviene un silencio entre los trogloditas, pero después se rompe, inundado por risas y algo parecido a los aplausos: la historia, sin duda, les había gustado.
Volpi añade que “el milagro es evidente, pero no radica en el carácter chapucero y vanidoso de la historia, ya que los miembros de la horda han reparado en la falsedad de la aventura, pero ello no les impidió escucharla y, a ojos vistas, disfrutarla, como si cada uno de ellos hubiese sido el verdadero protagonista”. La ficción se inaugura, pues, no cuando el primer humano miente, sino cuando los demás reconocen su mentira y prefieren ignorarla, seducidos por el artificio narrativo.
He tenido que apelar a esta evidente digresión porque nunca está demás volver a reflexionar sobre la esencia de la literatura, sobre la verdadera naturaleza de la ficción narrativa. Y en el caso de la obra que nos ocupa es imperativo ahondar en sus claves narrativas. Porque Los días y los muertos se maneja en un presente lleno de vivencias tan dolorosamente actuales, que bien podría justificarse una lectura referencial que disponga en un segundo plano los elementos literarios para enfatizar su correlato objetivo: la violencia y la inseguridad que campean a sus anchas en el seno de una sociedad atenazada por el miedo.
Pero esta aproximación “realista” a la novela de Giovanni Rodríguez implica postergar sus “valores literarios”, en los que precisamente se afincan sus mayores logros, porque Los días y los muertos en tanto propuesta narrativa va mucho más allá de la simple relación especular con una sociedad en crisis, abatida por los desaciertos de los gobernantes que han creado el caldo de cultivo ideal para la proliferación del crimen organizado en todas sus variantes.
Ganadora del I Premio Centroamericano y del Caribe de Novela “Roberto Castillo”, Los días y los muertos, la segunda novela de Giovanni Rodríguez después de la polémica Ficción hereje para lectores castos, es una incursión en los terrenos de la inseguridad y la violencia flagrante que definen, desde hace un par de décadas, el devenir de los países centroamericanos del llamado “Triángulo Norte” (Guatemala, El Salvador, Honduras). Rodríguez elige a San Pedro Sula, la ciudad más violenta del mundo —según estadísticas de organismos internacionales, pese a que el gobierno hondureño insiste en que “esos índices han bajado” — como ámbito central de la acción novelesca; pero más allá de los tópicos que pudieran surgir de tal escogencia, la trama se asienta definitivamente en la figura de López, el periodista honesto y con ambiciones literarias que un día decide investigar por su cuenta el escabroso crimen cometido por Guillermo, un enigmático joven de 24 años, que apuñaló en el corazón a su amigo Walter, de 19 años, en el estacionamiento de un centro comercial.
En su afán por esclarecer los móviles del asesino, López inicia un viaje a los bajos fondos de la ciudad, y se vale de su relación con la policía para obtener información confidencial, pero luego se ve sorprendido por la puesta en libertad de Guillermo, favorecido por la proverbial torpeza investigativa de las autoridades policiales. Pero este hecho, que hubiese marcado el final de las pesquisas de López, más bien definirá el nuevo rumbo que seguirán las inclinaciones detectivescas del periodista. Rodríguez aquí continúa una línea de reinvención de los usos y costumbres del relato policial en Latinoamérica que viene gestándose desde Osvaldo Soriano, Mempo Giardinelli, Ramón Díaz Eterovic y Paco Ignacio Taibo II hasta llegar a Leonardo Padura y su invención más afortunada: el teniente Mario Conde. Es en esta línea donde se define la real dimensión narrativa de Los días y los muertos, aunque los miembros del jurado también han destacado aspectos tales como su dimensión estilística: “una prosa fluida y bien estructurada”, así como la “notable destreza en la construcción de los personajes, los cuales se nos revelan convincentes y subjetivos”.
La novela de Rodríguez encaja perfectamente en la etiqueta de lo neopolicial, afincada en la proposición de Padura al precisar “su ejercicio de crítica social, aun en tiempos de herméticos juegos posmodernos”. Extremo que cobra validez en Los días y los muertos, donde la noción del enigma pierde fuerza para terminar convertido en mero pretexto para las reflexiones de López, un verdadero outsider que enjuicia al sistema y sus instituciones, pero sin perder de vista el carácter primario de su dilema existencial.
De allí la importancia de los escarceos amorosos de López entreverados en fragmentos cargados de reflexiones sobre la vida y largas parrafadas en torno a sus aspiraciones literarias. Aquí es donde Rodríguez despliega toda una serie de técnicas intertextuales para reforzar el carácter dialógico de su novela: la mise en abyme, el diario personal, narraciones paralelas y la “teoría de la noche”. Este arsenal de recursos obedece a la intención de representar la vida misma, como diría Taibo II, en ese momento cuando ya no importan los héroes y todo redunda en contar historias sencillas de hombres y mujeres comunes: la del periodista López, la tragedia de los amigos Walter y Guillermo, el fatal infortunio de las hermanas Paz.
En Los días y los muertos está clara la premisa esbozada por De Santis en torno a la actual narrativa policial latinoamericana cuando subraya que esta no nace con el crimen “sino con la desaparición del crimen, el borramiento del crimen como hecho moral y aun humano, para que quede solo como problema intelectual, como desafío gnoseológico”. Y este problema intelectual, este desafío implícito en el horror, es precisamente el origen de las pesquisas de López, en el momento en que se impone un deseo casi insoportable por saber, por conocer todos los detalles, por encontrar sentido a los muertos y a los días, aunque en este afán se juegue la vida.
Estructurada como si fuese un juego casi delirante de planos y contraplanos textuales, Los días y los muertos no sólo revela los círculos concéntricos del infierno que son el pan nuestro de cada día en la pretenciosa “metrópoli sampedrana”; además de asumir la condición de incómodo testigo de su época, Giovanni Rodríguez, como el impostado narrador de la caverna, ha urdido un elaborado artefacto narrativo, y a nosotros, auténticos trogloditas del siglo XXI, no nos queda más que celebrarlo.
* Texto leído en la presentación de Los días y los muertos. Biblioteca de la Escuela de Ciencias de la Salud UNAH-VS, San Pedro Sula, Cortés, abril 5 de 2017.
08 lunes May 2017
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inEn Costa Rica apareció una reseña de mi primera novela, Ficción hereje para lectores castos, a cargo de Héctor Hernández Gómez. Les dejo un fragmento a continuación:
Rodríguez nos advierte que tiene poca certeza de que lo narrado en esas páginas tenga algún grado de realidad; simplemente nos señala que puso en orden una serie de manuscritos que recibió de manera anónima. La publicación de estas páginas pasa más por su valor literario que por un eventual contacto con un hecho de la realidad. La historia o ficción ordenada, editada y publicada por Rodríguez nos cuenta el fallido secuestro de un famoso pastor Satanael Aguilar, así como las razones por las que cada uno de los cuatro miembros de la secta Los Herejes, llevó a cabo dicha travesura. La fallida fechoría lo único que busca es convertir el “divino” cuerpo de Satanael en un objeto de escarnio y risa pública. Demostrarles a los creyentes que el “rey está desnudo”, que de la boca de Satanael no emana la palabra divina sino su contrario, pútridas blasfemias. Los herejes, con su travesura, pretendían liberar a sus compatriotas hondureños del falso profeta. Ciertamente, ellos no aspiraban a convertirse en Joaquim de Fiore o Thomas Münzer, simplemente, querían mostrar la falsedad del discurso del famoso pastor. Toda esta divertida ficción me recuerda aquella famosa historia o ficción del robo de la virgen de los Ángeles, por algún travieso, en la segunda mitad del siglo veinte. Me imagino al ladronzuelo tomando la piedra y reventándola contra el piso cagado de risa, como si al reventar esa piedra se hiciera añicos el fervor cristiano del pueblo costarricense. Podríamos interpretar, que al igual que con la fechoría de Los Herejes en la Ficción de Rodríguez, el robo a la Basílica buscaba recordar que la piedra con forma de virgen no es divina, ya que la divinidad reposa en los cuerpos de los hermanos que sufren hambre, dolor y desprecio. Por ello, tanto el fallido secuestro, protagonizado por Los Herejes, como el robo a la Basílica de los Ángeles pueden ser tomados como simples travesuras, no obstante, su relevancia teológica puede ser mayor.
Si quieren leerla completa, entren a la web de Literofilia.