Al final, todo pertenece a la misma cosa. Este cuentecito, por ejemplo, está formado por fragmentos extraídos de la primera parte de mi libro La caída del mundo:
Arrastró el cuerpo hasta la orilla del bulevar. Repasó visualmente el paisaje que rodeaba la escena. Dudó un momento. Del cuerpo inerte en el suelo no salía nada, ni siquiera sangre. Una vez consumado el crimen, subiría a su auto nuevo, y todavía poseído por el ímpetu que lo había precipitado a la locura, emprendería su viaje de regreso. Sintió excesiva su presencia ahí, frente a él, frente a sus ojos. La sangre empezaba a coagularse en algunas de sus heridas. Recordó que es peligroso despachar a alguien con sed al otro mundo. Uno no consigue hacer las cosas bien si siente la muerte respirarle en la nuca. Nadie asiste, curioso, a la caída del mundo.