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Enrique Vila-Matas y Sergio Pitol, dos de los autores mencionados en el artículo.
Ya está en línea mi último artículo de la columna Lo demás es ficción en Literofilia. Me dio por escribir sobre Sergio Pitol, Ricardo Piglia y Enrique Vila-Matas, tres escritores que «inventan la realidad». De eso trata el artículo, de «inventar la realidad» en las ficciones.
Me interesan los narradores que no se conforman con contar historias sino que, de algún modo, parecieran querer demostrar que “contar historias” es, si acaso, un medio, pero no el fin. Ya sabemos que la esencia de la narrativa es contar, referir hechos, describir situaciones, estados de ánimo, emociones, y de esta manera representar el mundo, la vida, pero cada vez me cansan más esas novelas o esos cuentos en los que no se percibe, por parte de sus autores, más que la intención primitiva de contar.
Me interesan más ahora esos narradores cuyo propósito es articular un discurso en el que se cuestione desde la literatura a la literatura misma. Una novela que no intente poner en riesgo la “estabilidad” del género no despierta, al menos en mí, demasiado interés. Tampoco abogo plenamente por ese tipo de textos narrativos ultraexperimentales que demuestran una gran ambición pero sólo eso, pues no presentan una historia interesante, o al menos una historia simple de manera interesante, y que al final no parecen pasar del intento, se quedan en eso que hacía decir a Burroughs que lo experimental es un experimento que salió mal.
En narrativa, una manera de ir más allá de la simple manía de contar y a la vez de “cuestionar” a la literatura es la que observamos en el juego ficción-realidad que algunos autores, sobre todo en un subgénero al que se le llama autoficción, logran establecer con el lector, un juego que trasciende el concepto de verosimilitud, el de la mera intención de darle a la ficción apariencia de verdad, que logra incluso que la ficción (esa nueva verdad) sustituya plenamente a la realidad (a la realidad real) en la mente del lector. Este tipo de juegos, que tienen que ver más con la forma que con el fondo, constituyen para mí sustitutos efectivos de eso a lo que se le llama “la historia”; un texto con una estructura o una propuesta narrativa distinta o novedosa me resulta a veces más interesante que una simple “buena historia”.
Hay tres autores contemporáneos que he venido leyendo durante los últimos años y que constituyen ejemplos perfectos de lo que he mencionado: Sergio Pitol, Ricardo Piglia y Enrique Vila-Matas.
En los libros de Vila-Matas, pero no solamente en sus libros sino también en sus artículos e incluso en su vida, suele ocurrir que la realidad es consecuencia de la ficción. Este autor narra sucesos que, eventualmente, se producirán en la realidad; en otras palabras, es como si inventara la realidad. Llega a escribir sobre situaciones que él mismo propiciará después, sólo para darse el gusto de vivir lo que escribe, como ocurre en su relato “Porque ella no lo pidió”, de Exploradores del abismo, en el que alguien le encarga escribir una ficción y se compromete a vivir esa ficción tal como el autor la escriba. La persona del encargo finalmente se rehúsa a vivir lo inventado por Vila-Matas y entonces éste decide vivir lo que originalmente había sido escrito para que lo viviera esa otra persona. “Sí que altero la realidad; pero la altero escribiéndola antes”, ha dicho Vila-Matas en más de una entrevista. Esto permite observar el acto creativo en un plano en el que la categoría de mero entretenimiento asignada a la ficción queda relegada momentáneamente para dar paso a otra categoría, la de la “utilidad”.
Hemos de tener en cuenta, sin embargo, que la realidad vilamatiana también es artificio; es decir, si Vila-Matas es capaz de anticiparse a la realidad al presentar su ficción es sólo porque sabe con certeza cómo será esa realidad pues al construir su ficción activa ciertos mecanismos que posibilitarán la mutación de los hechos ficticios en hechos reales.
En el caso de Piglia, se puede decir que éste “inventa” la realidad para convertirla luego en ficción. Presenta una plataforma aparentemente “real” como pista de despegue hacia la ficción. Construye ficciones en las que el concepto de “verosimilitud” es explotado de una manera más que eficaz y sus consecuencias llevadas al límite. Para Piglia primero es la ficción y luego es “la realidad” que parte de esa ficción. De esta manera logra una especie de desdoblamiento de la ficción que le permite a la vez conseguir un efecto de realidad incuestionable. Introducir una fecha o un hecho real en la narración le permite a Piglia otorgarle a esa ficción un carácter “real” y convertir al lector en un testigo inevitable de lo que lee.
El mejor ejemplo de esta estrategia narrativa lo encontramos en su novela Plata quemada, que abre con un prólogo del mismo Piglia explicando cómo se embarcó en la investigación en torno al asalto a un camión de valores en la Buenos Aires de los años 20; un hecho real, según nos informa Piglia desde el prólogo, que nos predispone a creer que nos encontramos ante una obra de no ficción, cuando de lo que se trata es precisamente de todo lo contrario, pues si somos curiosos, buscaremos en Google y comprobaremos que el supuesto hecho real aludido por Piglia y que constituye el referente de su ficción es también una ficción. Su ficción, entonces, empieza en la realidad, pero la realidad que él se ha inventado.
Admirador de Godard, Piglia dijo en varias ocasiones que, así como había hecho el cineasta, él se proponía hacer de sus ficciones montajes que recurrieran a diferentes materiales. En Prisión perpetua, por ejemplo, recurre al diario, a la autobiografía, al relato policial e incluso a la fantasía, una manía que tiene también Vila-Matas, quien construye tramas en las que combina, por ejemplo, el ensayo, la autobiografía y el diario con la narración pura.
El cuento “El oscuro hermano gemelo”, de Sergio Pitol, que, precisamente, está dedicado a Vila-Matas, empieza como un ensayo y termina como una narración, y en esta narración asistimos al proceso en el que un autor construye una ficción a partir de un elemento tomado de la realidad. Este cuento sirve como una magnífica y clarificadora respuesta a quienes suelen buscar correspondencias directas entre las ficciones y la realidad o entre los personajes y el autor, y contribuye, además, a desbaratar esa posibilidad, aunque sea mínima, de que los hechos de la ficción se correspondan fielmente con los de la realidad o de que los personajes de la ficción sean equivalentes a personas reales. Un hecho real motiva en el cuento de Pitol que un autor escriba un cuento, pero una vez que este autor empieza a escribir ese cuento, el hecho real va cambiando de forma, de manera que el resultado final, aunque haya tomado como referente un hecho real, no será otra cosa que una ficción redonda.
El hecho de que en la voz narradora al principio del relato, que empieza citando a Justo Navarro en su prólogo de El cuaderno rojo, de Paul Auster, se identifique el tono del propio autor, crea dos efectos en el lector: el primero, de que lo que lee no es una ficción sino un ensayo, y el segundo, de que al tratarse de un ensayo, lo que se dice en éste es real, no ficticio. De nuevo vemos aquí esa confusión deliberada de la realidad con la ficción a través de un texto que, contrario a lo que normalmente ocurre con la ficción, no establece con el lector ese “pacto” que le permite a este último leer la ficción como si estuviera leyendo algo real sino que pone la cota más alta: sitúa al lector en un dilema: creer o no creer lo que está leyendo, porque a pesar de que lo que lee se presenta como una ficción, existen razones dentro de ésta para pensar que no es necesariamente una ficción sino un relato extraído de la realidad.
En cuanto a la estructura de sus novelas Pitol también demuestra ser un autor extraordinario. Sirva una como ejemplo Domar a la divina garza. En esta novela un personaje de nombre Dante C. de la Estrella le cuenta a los miembros de una familia su historia con una mujer de nombre Marietta Karapetiz en un viaje por Estambul. Pero lo interesante es que este Dante es un personaje creado por un viejo novelista, quien se propone escribir una novela a partir de unas fichas que ya tiene preparadas, y aún antes en la trama interviene otro narrador, quien nos introduce al viejo novelista. Así, Pitol, el autor, inventa a un narrador que a su vez introduce al personaje del viejo novelista y éste, a su vez, crea a Dante C. de la Estrella, quien finalmente nos cuenta su historia con la mujer a la que llama “la divina garza”; el juego de las cajas chinas que hace que la novela no sea una narración plana sino una obra que, además, pone en práctica la teoría de lo carnavalesco de Bajtin.
Por las escasas razones que hasta aquí he mencionado esos tres autores me parecen mucho más interesantes que otros aparentemente sólo preocupados por “contar historias”, en cuyo proceso de escritura sólo interviene esa “bendita manía de contar”, sin preocuparse por las cuestiones técnicas. Y que nadie venga ahora a citarme a García Márquez, que por mucho que él dijera que lo suyo era intuitivo, ahí está por lo menos Cien años de soledad para demostrar que una novela no sólo es lo que cuenta sino cómo lo cuenta, y quien haya leído Cien años de soledad sin reparar en que esa novela, además de contarnos una gran historia nos enseña cómo debe contarse una gran historia, como lector no ha de valer demasiado.