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Xavier Panchamé ha escrito una reseña sobre mi último libro, La caída del mundo, que les dejo a continuación:
La caída del mundo recoge 28 relatos breves, contados con un dominio preciso del lenguaje, le mot juste (“la palabra justa”), la misma técnica que Gustave Flaubert aplicó a sus colosales novelas.
Cabría preguntarse ¿cómo un libro cuyo título alude a una visión apocalíptica se encuentra en los bordes de la prosa flaubertiana? Mario Vargas Llosa comenta: “La palabra justa lo es sólo en función de lo que las palabras quieren contar”. Para que esta sentencia se lleve tenazmente a cabo, el autor usa otra de las técnicas empleadas en Madame Bovary: la impersonalidad del narrador. Las emociones le corresponden al lector, el narrador mantiene adecuadamente un carácter objetivo, frío, sin interrumpir la narración con digresiones subjetivas; es decir, evitando las consideraciones sentimentales de los personajes. Esto se descubre en “Besos de los días malos”, cuento en el que el lector asiste a una sociedad orwelliana, donde el gobierno controla a quienes se oponen a las normas sociales, incluso castigando a las parejas que falten a la prohibición de besarse; por eso “se instauró una comisión investigadora y una nueva fuerza policial, encargada exclusivamente de refrenar cualquier indicio de beso o castigar con severidad (…) a todos aquellos rebeldes que (…) se rehusaban a aceptar la insólita forma de su desventura” (p. 119); por lo tanto el personaje principal, para continuar viviendo, asume el papel de Sherezade, contándole a su pareja una historia “de cuando prohibieron los besos y quisieron robarnos el amor” (p. 124). Ambos están condenados y sus irrisorias existencias sólo tienen sentido cuando sueñan con la libertad; en ambos renace vaporosamente el anhelo por la vida. El cuento no transcurre en una realidad objetiva ni en las regiones de lo fantástico, acontece abiertamente en la ficción. En el plano real constituido únicamente por la imaginación.
Donde podría inclinarse a lo ampuloso y extravagante, Giovanni Rodríguez hace del lenguaje un sistema depurado. Logra afortunadamente transmitir un abanico de emociones sin recurrir a la verbalización, para no aglomerar datos innecesarios. Incursiona en el microrrelato con “Inocencia interrumpida”, “Una esperanza matemática”, “El otro lado” y “Quiromancia”. El primer relato de este cuarteto es el más extenso (ocho líneas de texto), apelando a la precisión; además, guarda una tensión estructural -avistada antes en Óscar Acosta-, ya que Rodríguez mantiene un equilibro narrativo entre el argumento y la estructura, alejándose naturalmente del lenguaje poético que Acosta imprimió a sus cuentos.
La vida del universo es limitada y “el fin del mundo coincide con el aniquilamiento de los pecadores, la resurrección de los muertos y la victoria de la eternidad sobre el tiempo”, esta visión que escribe Mircea Eliade en El mito del eterno retorno (p. 120) sobre la caída del mundo es traslada por el lector a las ficciones de Giovanni Rodríguez. Y vigorosamente, los textos “Bulevar”, “Pavel, el invierno”, “Thomas y un padre cualquiera”, “Crónica de un crimen rural”, “La sed de los muertos”, “Pasos”, “La vie en rose” y “Familia” ilustran ese cataclismo físico o íntimo, donde los personajes se despellejan o alejan de lo cotidiano para refugiarse en una dimensión onírica o en condiciones extraordinarias.